ESTEFANÍA GARCÍA PINEDA
Parte 3: Testimonios Desterrados
El 18 de agosto de 2017 comencé un viaje de regreso a “casa”, hace 23 años que mi familia y yo nos desplazamos de ese lugar, un pueblo llamado Montelíbano ubicado en el Departamento de Córdoba – Colombia, a 13 horas del lugar donde vivo con mis padres Manizales-Caldas.
Salí de mi lugar de residencia con una cartografía, que había hecho mi madre para mí, donde ubicaba la casa en la cual habíamos vivido, ya que ni ella ni mi padre recordaban la dirección exacta.
El bus me dejó en La apartada a 20 minutos del pueblo, allí comí algo y tome un colectivo hacia Montelíbano; en el colectivo iban 4 personas más, quienes iban comentando la situación con electricaribe y las empresas mineras que desangraban la región, aunque los comentarios eran cautelosos. Dentro de este grupo había un señor llamado Jaime, cuyo rasgo más particular eran los grandes anillos de oro que portaba en las dos manos; él se ofreció a acompañarme los días siguientes a mi llegada. Le dije al colectivo que me dejara en la tienda de Gallón en el barrio loma fresca, donde me recomendó mi madre que llegara; cuando entre a preguntar por él, una señora se queda asustada y me contesta que hace 14 años murió, ella era su esposa; la señora no recordaba a mis padres y cuando vio que traía cámara me dice que es mejor que la guarde que allí no se puede grabar y filmar “tú sabes porque” puntualiza.
El segundo día me vi con el señor Jaime para ir a buscar la casa, comenzamos a preguntar por doña Placida y Juan su hijo; juan era el abuelo adoptivo de mi hermana y mío, cuando éramos niñas, nos llevaba a pasear nos daba dulces y era bastante afectivo; ellos arrendaban la casa a mis padres. En la búsqueda nos encontramos con un adulto mayor quien nos dijo que su apellido era villorína le agradecimos y continuamos el recorrido, nos encontramos luego a una muchacha llamada Felicia a quien preguntamos si sabía algo de la señora placida Villorína, ella se puso fría y se asustó, dijo que era su abuela que había muerto hace más de 20 años; cuando pregunte por Juan me dijo que había muerto hace 17 años; yo me quede fría porque quería ver al “abuelo” Juan. Le conté a Felicia que había nacido y crecido allí, que volvía al pueblo a recoger mis memorias, a volver a casa; ella me dijo que su familia era propietaria de bastantes casas en el pueblo, por lo cual me pidió una descripción detallada de la casa para poder ubicarme, le mostré el mapa que me había hecho mi madre y le describí la casa como mi madre me la describió: “Una casa grande con ventanas de madera y portones cafés, cada portón con ladrillos ahuecados a modo de lucetas” Felicia se rio y me dijo que había muchas casas así, pero que creía saber cuál era la casa en donde vivía mi familia y se ofreció a llevarme inmediatamente, y nos dirigimos hacia allá.
Cuando llegamos me di cuenta que la casa se encuentra abandonada, el lugar donde quedaban las puertas esta sellado con ladrillos grises, la casa tiene un fuerte olor a bazuco al interior y está habitada actualmente por palomas. Felicia contaba “tenemos un familiar que esta enfermito y él se encargó de destruir la casa” pues allí se encontraba habitando un primo en condición de habitante de calle, que estaba trayendo muchos problemas a la familia, tuvieron que sellar la casa y trasladarlo a una casa más pequeña que quedaba a la vuelta.
Mi primera impresión al ver la casa fue de asombro pues cada detalle en su fachada y lo poco que pude observar del interior, estaba llena de historias; luego fue de tristeza por no poder entrar, por perder el origen, la memoria. Felicia se despidió quedando de vernos los días siguientes para visitar a la familia Villorina que era bastante. Jaime y yo nos quedamos tomando registro fotográfico de la casa.
Minas de níquel de Cerro Matoso
La visita que siguió unos días después, fue a las minas de níquel de Cerro Matoso, mi padre trabajó allí de 1990 a 1994 como supervisor de vigilancia; mi amigo Jaime no pudo acompañarme ese día, me advirtió que no fuera sola a ese lugar y menos a tomar fotografías o video. Hablar de Cerro Matoso en la región parece ser un tema álgido, pues la gente evita opinar al respecto. Después de hablar con varias motos taxistas para que me llevaran a las minas y de regreso a Montelíbano, uno accedió; en la carretera que comunica al pueblo con las minas, se encuentran ubicadas muchas torres de energía eléctrica, pues cerro matoso gasta energía desproporcional a la hora de procesar el ferroníquel. En la vía pasaban a raudales volquetas y camiones cargados, provenientes de las minas, pues cabe resaltar que además de las minas de níquel hay otras dos minas cercanas: en puerto libertador-córdoba una de carbón llamada Carbones del Caribe y otra de cobre, plata, y oro, llamada el Alacrán.
En la carretera resalta un aviso de una base militar llamada el roble, además en la zona se ven pasando constantemente unas camionetas blancas grandes que son parte de la seguridad de cerro matoso y también custodian a montelíbano, según me contaron personas que fui conociendo; los antiguos paramilitares ahora bandas criminales pululan pero eso es tema prohibido de eso no se habla, el suspenso se respira en la región, es un poco extraño ver tantos grupos “cuidando” un pueblo con una economía tan precaria para la mayoría de sus nativos.
Al llegar a la entrada de las minas, entre la cantidad de señalizaciones una particular resalta: “Bienvenidos a cerro matoso, una empresa segura” Cuando vi el letrero se me vinieron a la cabeza las aguas contaminadas, la tierra muerta, la gente enferma, la pobreza, falta de pago de regalías etc. le dije al moto taxista que se detuviera, los alrededores se veían desolados de personas, baje rápidamente a tomar una fotografía del llamativo aviso, de repente y de la nada aparece una camioneta blanca de las mismas que rondan el pueblo y las carreteras, comienzan a gritarme: ¡ ey usted que hace aquí, porqué está tomando fotos, acérquese ey! un frio se apodero de mí y mientras me acercaba a paso lento a la camioneta iba pensando en lo que había planeado decir, pues, sabía que existía el riesgo de que me pararan a preguntar quien era yo, y que hacia allí, entonces dije: “he llegado al pueblo ya que he nacido aquí, estoy tomando fotografías para enviar a mis padres y estoy en la mina porque mi padre trabajó aquí” lo dije con una voz bastante temblorosa y pausada; uno de los dos señores comenzó a anotar lo que decía en una libreta y a hacerme preguntas, entre tantas mi nombre completo, donde me estaba quedando, de donde venía, que hacía, absolutamente todo lo anotaba sin pasar detalles; me sentí amenazada y vulnerable, me pregunto cómo se llamaba mi padre y cuando le conteste le cambió el semblante ¡no joda niña tu eres la hija de Rogafo, me hiciste colocar la piel de gallina! ¡Yo me acuerdo de ti cuando corrías en pañales, no puedo creer esto!; Rogafo le decían a mi padre ya que el firma así, con las iniciales de su nombre y apellidos, yo empecé a reírme nerviosamente, no sabía si eso era malo o bueno para ellos; resulto que el señor de la camioneta conoció a mi papa hace 25 años, cuando mi papa trabajaba en Cerro Matoso; después de hablar un rato con el señor y notar que apreció bastante a mi padre le dije que quería entrar a las minas, pero no fue posible, así que él me dijo que lo esperara y apareció con una manotada de níquel; me anoto su número y me dijo que se lo diera a mi padre que podía irme tranquila.
La intranquilidad no se puede ver pero la sentía toda, conociendo tantas personas tan enfermas que hay en la región, recordando la enfermedad estomacal que mi madre comenzó a sufrir en la época y que todavía sufre, viendo la desigualdad social y la contaminación que a menor escala que en la época que vivíamos allí pero que es bastante según cuentan los pobladores.
Cementerio
Al cementerio me acompañó Yenis la hermana menor de Felicia; al llegar había dos sepultureros sentados en la entrada, lo primero que hice fue ir a visitar la tumba del “abuelo” Juan luego la tumba de doña plácida su madre.
Los cementerios son parte importante de la memoria de cualquier población. Le pregunté a Yenis donde se encontraban los N.N, me contestó que hay muchos, primero me llevó donde los que están adoptados en fosas independientes y luego me llevo a la fosa común; en montelíbano hay muchos N.N algunos adoptados tienen su propia tumba y el resto están en la fosa común.
En la fosa común no caben más inquilinos, hay muchos huesos a la deriva entre ellos una tibia que aun lleva puesta una media de lana negra muy bien conservada; fuera de la fosa hay cráneos y huesos regados, algunos esqueletos dentro de bolsas rojas. Sumando los que hay en fosas clandestinas. Saliendo del cementerio Yenis se sienta en un escalón a conversar e intercambiar pensamientos con los sepultureros, toda la conversación giró en torno a la muerte, a quienes deberían matar del pueblo según ellos, porque no les gusta su estilo de vida, me causo escozor escucharlos; es un pensamiento generalizado el de allí creen que es bueno que hayan grupos que tomen la vida de otro o que hagan “justicia” por manos propias. Ese día decidí irme nuevamente del pueblo.
Estefanía García Pineda